MAESTRO
DON ARTURO FRANCISCO LORIDO y
LOMBARDERO
________________________luis legaspi
QUERIDO
MAESTRO:
Venía yo hacia la
cuartilla blanca, para cumplir el encargo del Club de Mar: escribir sobre un
tema castropolense. Había pensado en Don
Arturo, pero la tele me sorprendió con uno de sus comecocos: “Querido Maestro”. Dije ésta es
la mía. En vez de comenzar escribiendo a “don arturo”, me decido a escribir al Maestro. Y la
mayúscula, con toda intención. Ni
siquiera digo lo de señor, por miedo a que
el adjetivo se coma al sustantivo. Algún niño de los de ahora escribiría al
profesor, y, para no gastar tinta ni educación, le diría, sin más, “profe”. Hasta es posible que cualquiera le
dijese: ¡hola, tío! “Mi tío” era el
título que le daba María, que tanto le quería, que tanto le cuidó. ¡Qué callada
era María
Ahora vuelvo al
Maestro. Una cosa es ser Maestro y otra, menos complicada, entrar a las nueve.
A esa hora “don arturo” en persona se asomaba a la puerta con “portelo” y medio
gritaba: ¡Adentro! Nos esperaba la tabla de multiplicar, la alineación de los
reyes godos y el lío de las esdrújulas. Ya sería bueno que una buena parte de
los “profes” fueren maestros. Dejemos el
tema y no entremos en dimes y diretes.
Mi querido Don Arturo
Francisco Lorido y Lombardero, (María, su sobrina, le llamaba Paco) llegamos
casi juntos a Castropol. Yo no me acuerdo. Los papeles dicen al comenzar el 24. Usted, por ahí, por ahí, para
el curso 23-24. Yo llegaba -supongo-
llorando. Es bueno llorar al nacer, para tener algo ya llorado, porque luego
pasar la vida con lágrimas debe de ser muy aburrido. Usted, maestro, llegaba
contento -supongo- Obtuvo su título en 1905, y
después de interinidad en la
escuela de Ouria, con el grado de bachiller (1913) y pasar por Paramios y
Villameá llegó a Castropol.
El ser maestro de y
en Castropol, villa señera, no dejaba de ser una buena colocación Parece ser
que el puesto era para su tío y maestro don Manuel Lombardero al que yo veo
ahora tan serio, en piedra y bronce, en la plaza de Taramundi. Taramundi,
tierra de buenas aguas para templar el hierro, ha vertido a Castropol gente
importante. Esto merecería alguna reflexión y estudio, pero un folleto festero
da para lo que da,
Volvamos a la escuela
de Castropol, cimentada sobre el Castillo Fiel, precipitando al pueblo por la Calle del Muelle hacia la Ría. Su antecesor había
sido Don Bianor Soto. Un hombre “progre” liberal y, por consiguiente, fácil al conflicto con los
conservadores y, también, con la Iglesia. Era párroco a la sazón don Juan Cordero,
culto sacerdote, y santo, cosa que mejor le va a un cura.
Los pleitos entre
instituciones y, sobre todo entre personas, eran menores: hacer compatibles
actividades convergentes: qué si excursiones de los niños, qué si horarios de
catecismo... Es como si ahora discutiesen el Club de Mar por sus entrenamientos
y la Parroquia
por sus actividades de pastoral juvenil. Siempre los curas tendemos a pensar
que “Amancio”, el dueño del salón, en “Casarego”, era el culpable de la escasez
de mozos en Misa, como insinuaba el señor don Bonifacio Amago, de Balmonte.
Pero ahora no voy a resolver pequeños litigios ni, mucho menos, a reproducirlos
Todo en el fondo
era resaca de la gran marejada que vivía
España entre “una religiosidad decadente, con un clero metido en política, sin
vigor apostólico y, aún, con ignorancia del mismo credo que debía
trasmitir” mal apuntalado por el
Syllabus, la Pascendi
etc. por un lado, y, por el otro, unas
ideas krausistas de modernidad secularizadora que se iban abriendo paso en Ateneos, en la Institución Libre
de Enseñanza y en otros foros que cobijaban a
profesores como Francisco Giner, Sanz del Río, Fernando de Castro, y un largo etcétera de intelectuales que
sufrían al verse desgarrados de sus
comunidades y tradiciones cristianas a las que bien quisieran renovar. Eran los
primeros impulsos de una modernidad, eran el alba de lo que para la Iglesia supuso el Vaticano II y para la sociedad española la Constitución del 78.
Los aires
renovadores venían a Castropol no sólo
de la mano de buenos maestros, sino también de jóvenes indígenas, muchos de
ellos educados por el cura Cordero, con inquietud cultural que cristalizó en la
fundación (1921) de la “Biblioteca Popular Circulante” nunca Biblioteca
Municipal, “asociación ciudadana de derecho público”, incautada hoy por la Administración
política más deseosa de no dejar hacer al pueblo que de respetar y estimular su
iniciativa.
En Castropol eran
años de descafeinadas convulsiones
políticas. Os “novos y os veyos”, Villamiles y Murias, Cancios y Monteavaros... discutían con alguna acritud,
pero sin que la sangre llegase a la ría y sin que entorpeciese la buena
merendola con tortilla al ron en el Bodego, ancestro de mal noveladas
bodeguillas de políticos.
En 1931 “el 14 de abril llegó la República , tranquila y
sutil”, como versificó don Ramón d`as Mentirolas. Usted, querido Maestro, era republicano. Son
mis primeros recuerdos: Aprendimos con entusiasmo que “España es una república
de trabajadores de todas clases.” En el estrado de la Escuela , sin arrinconar
una preciosa Inmaculada de Ribera, se colocó el retrato del presidente don
Niceto Alcalá Zamora. En un gramófono con bocina rodaba “la voz de su amo” y el himno de Riego a toda
pastilla. También recuerdo el disco descriptivo de la sublevación de Jaca y el
fusilamiento de Galán y García Hernández. “El camión patina” decía el narrador
y un sonido onomatopéyico nos metía el resuello en el cuerpo a “os rapacíos”
que nunca habíamos andado en coche, pero que ya teníamos miedo a irnos todos
por el barranco abajo.
Si ya sabíamos la lección o llovía mucho, a la
hora del recreo, usted daba manivela al gramófono o nos enseñaba una buena
serie de tarjetas postales, su estupenda colección filatélica o algunos “souvenires” de sus viajes. Usted era un maestro “viajao”,”esperantista”,
asiduo a congresos y cursillos de renovación... Buenos recursos para educarnos en un espíritu
abierto, europeo dicen ahora los que piensan que la envejecida Europa es el
ombligo del mundo. Guardo como oro en paño un libro que dice “regalo de don
Arturo”. Es recuerdo, no recuerdo que si
de curso o de concurso. Está editado en 1929 para que sirva de “lectura a niños
y maestros”. Se titula “Un Viaje a Italia”. Un grupo de maestros habían participado
en él capitaneados por J. A. Onieva, inspector de enseñanza.
Cuando yo,
circunstancias y años inesperados, conocí Venecia, Lausana, París, Lourdes, la Capilla Sixtina ,
El Foro Romano, mil otros lugares de Francia, Suiza, Italia e, incluso, la
estación del Norte de Oviedo o Ujo, tan cercanas, me parecían lugares
ya recorridos en la compañía de mi querido Maestro.
No hace mucho tiempo he estado en Arafo, Tenerife. Ha sido
una visita casi de médico. No he tenido tiempo para preguntar por Dolores Flores.
Hubiera sido una enorme satisfacción el conocer a una “condiscípula en la
distancia”, con la que había mantenido, desde nuestras escuelas de Arafo y
Castropol, correspondencia epistolar, intercambio de amistad noticias y
productos de la tierra ¡Qué dulce el
dátil y como “empapuzaba” el gofio...!
Yo sé que Jesús es
una localidad cercana a Tortosa, porque alguien me escribía: “de Jesús a
Tortosa hay siete kilómetros, de Tortosa a Jesús, cada día, viaja mucha gente,
de Jesús a Tortosa, un autobús sale cada...” Recuerdo una descripción que me
producía tortícolis, mirando si la pelota, mi amigo, estaba en Tortosa o en
Jesús.
Llegaban nuestras
cartas a Polonia y Suiza. Con niños de aquellas naciones intercambiábamos
sellos, caricaturas de deportistas: (Ricardo Zamora, Ciriaco y Quincoces...) o
de políticos (Gil Robles, Lerroux, Besteiro...) Guillermo Tell o Miguel Servet
eran para nosotros personajes, a la vez, míticos y cercanos.
También nos
enseñaba a respetar y amar la Naturaleza , aunque los ecologistas y el Greenpeace
aún no habían nacido. Los días de excursión eran una pequeña descubierta al contorno: Ferradal, con su
capilla, San Marcos, Fontela a Regueira,
Veloso, con “caleiros y fornos”, Río de Berbesa… Además de beber y comprender
el paisaje, buscábamos fósiles, genciana, cardos o perejiles, libélulas,
coleópteros como “vacalouras”, jilgueros, verderones, lagartijas... y cualquier
otra fauna o flora que nos descubría la vida, aunque ya sabíamos, claro, que la
leche no la producía el “xarro”, hoy tetra-brick
Usted, hombre rural
no podía olvidar el humus. La
Fiesta del Árbol era una efeméride anual. La parroquia de
Castropol, villa de curiales y
“señoritos” y de servicios y chupatintas, no era eminentemente agrícola, aunque
sí lo era todo el concejo y todo su entorno. Usted siempre tuvo esta
preocupación, porque España era rural. Lamentaba, como Joaquín Costa, que en
Escuelas de Magisterio el tema de Agricultura e Industrias derivadas apenas se
tocaba y, encima, con mala metodología
Aún sin tener parcela
adecuada de experiencias inmediatas, usted
pudo presentar estudios para obtener del Ministerio de Agricultura uno
de los ocho diplomas nacionales para la educación agrícola. La sintonía con el entorno social le llevó a
participar, acompañado de sus alumnos, en concursos del ramo. Con tres de sus
alumnos asistió al primer curso de Iniciación Agrícola y Ganadera en la Granja de Luces,
Colunga.
En el huerto escolar,
muy escaso, cada cuadrilla teníamos una parcelita de cultivo de alguna hortaliza
y planta ornamental. No faltaba algún arbusto de morera para alimentar con su
hoja a los gusanos que estabulábamos en cajas de zapatos (pocas teníamos) en el
alféizar de las ventanas hasta que los peludos insectos se nos escondían en
capullos de seda para resucitar gráciles crisálidas y, así, volver a empezar.
Estaba, también, el
pluviómetro. Dios mío, cuántas probetas hemos roto porque usted nos confiaba el
medir el agua llovida, dato que se incorporaba al centro nacional
meteorológico. No hace mucho he visto que Margarita, joven octogenaria, hija de
don Arturo, seguía en Taramundi la vieja
tradición del Maestro de Castropol.
En la fachada de la
escuela está el barómetro. Compartíamos su uso con “os mariñeiros” que desde el
rincón de sus tertulias y disputas, “El Banco dos Mariñeiros”, vecino a la
escuela, se levantaban para husmear el
tiempo, vendavalada o nordés y, en muchas ocasiones, para cambiar el ritmo o
argumento de mentiras grandilocuentes. ¿Por qué no se recupera el Banco d`os
Mariñeiros y el barómetro en su hornacina? Una idea, para el Club de Mar.
Toda la vida escolar
iba bien entreverada en trabajos manuales, (bricolaje, dicen ahora) lectura
clásica, geografía, historia... Creo que a usted le tiraban más las humanidades
que las exactitudes. Yo he aprendido en la Escuela , a hacer dodecaedros de cartulina. Los
hombres de Neandertal y Cromagnón ya nos servían para leves insultos de críos.
También, me enamoraba yo de una moza tan fermosa que apenas creyera que fuere
vaquera de la Finojosa
o curiosaba a Marica que mientras yo iba a la escuela de “donarturo” ella iba a
la “amiga” de doña Rosita Las afluencias
al Sil o al Segre y de estos al Miño y al Ebro nos parecían tan normales como los riachuelos Suarón y Mojardín,
Seares o Berbesa, al Eo. Y todos, a la
mar que es el morir. Casiopea y
Aldebarán eran tan cercanas como La
Polar , aunque ésta
estaba siempre encima de la bocana de la barra para ayudarnos a no perder el
Norte.
Como también de pan
vive el hombre, usted organizó cocina y comedor escolar. Llegaron unas mesas que no eran pupitres,
manteles y servilletas de colores. . Yo nunca había comido “a mantel
puesto”. María, la sobrina de “mi tío”,
se ponía el delantal y nos servía. No era menester animar demasiado. Yo, que,
por no ponerme correaje, nunca he sido
huésped del “Auxilio Social” recuerdo aquel menú de la Escuela de la República , tan sencillo como sabroso. Duró poco.
Llegó el 36. Usted,
en una hábil maniobra de supervivencia, al comenzar un nuevo curso, se presentó
en clase “camisa azul, bordada en rojo ayer”. ”En lo alto, las estrellas” y,
como tantas veces, “España, a la intemperie”. “Donarturo” de correajes y
uniformes ya conocía algo, después de tres años de servicio militar en los
Lanceros de Farnesio, guarnición en Valladolid. También allí ejercía su
vocación al frente de la
Escuela Militar de Analfabetos.
Hubo tristes días en
la villa, no tan pacífica, por lo visto. Varios
de sus alumnos acabaron al paredón en un bochornoso amanecer. Estoy
seguro que usted los lloró y por ellos rezó. De ello hemos hablado y lo hizo
conmigo en aquella Misa del 29 de noviembre de 1959, cuando se reunió Castropol
para acompañarle a recibir la
Cruz de Alfonso X el Sabio. Don Arturo Lorido, de la Institución Libre
de Enseñanza, era un cristiano. Mis últimos recuerdos son de mi Maestro en la
parroquia, miembro de la
Adoración Nocturna , tratando de usted -¡qué vergüenza me
hacía pasar!- a Luisín, “el mimoso”, ahora cura de manteo, y, hasta, confesor de su Maestro. ¡Qué me voy
a contar yo a mi mismo, porque, al parecer,
los curas y los maestros también somos pecadores, don Arturo! ¡GRACIAS, QUERIDO MAESTRO!
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