____________________________________________ luis legaspi
(Publicado en La Nueva
España: 25, abril, 2014, pag.60)
El primer encuentro, aunque difuminado en detalles, fue a los siete
años. Recuerdo a Don Arturo, el Maestro, -permitanme las mayúsculas- satisfecho
en el catorce de abril. Él era de la
Institución Libre de Enseñanza. En la escuela no llegamos a fin de curso sin
saber el himno de Riego. El Maestro no tenía mucho oído musical pero ya tenía
un gramófono para el son. La letra aún no decía que los curas y frailes se iban
a llevar una paliza. También recuerdo a familiares que se sentían coaccionados
por algún “señorito” cuyas consignas habían desoído a la hora de las urnas. El
voto es secreto, pero en los pueblos todo se sabe.
Poco después, todos los niños
proclamábamos “par coeur” que “España era una república de trabajadores de toda
clase”. Pasaron pocos años. El morado que, al parecer, es una versión desteñida
del pendón de Castilla, tremolado en Villalar de Campos, pasó a ser símbolo de
libertad y unidad nacional. La libertad y la unidad, también hoy, se
destiñen fácilmente. El rojo y gualda de
la monarquía borbónica y de la república primera, del reino de Aragón, y de su
Condado Catalán, son ahora los colores de la señera aglutinante de esta España
mía, de esta España nuestra, patria común de los españoles, consolidada por
Isabel y Fernando, buen gobierno paritario, tardío invento de progresistas.
Cincuenta por ciento, Isabel y la otra mitad Fernando. “Tanto monta, monta
tanto” Sin remontarnos a Salomón y la Reina de Saba ni a Cleopatra y Antonio.
En torno al 33, con la emigración de mi
familia, Ría del Eo arriba hasta Vegadeo, en busca de trabajo, a pesar de mis
nueve años fui aprendiendo algunos nombres y vislumbrando posturas políticas y
sociales. Vivíamos en el Fondrigo, barrio del Sol, comercial e industrial. Sol,
escaso; industria, poca. En la confluencia de la carretera general con el
camino a Miou, antiguo de Santiago, había un un chigre. Su dueño se llamaba
Alberto, pero su mote era Besteiro. Decían que en su físico tenía un aire, al
político republicano don Julián Besteiro.
Lo cierto es que sus seguidores, uno de
ellos mi padre, en la tasca de Besteiro, entre chiquito y naipe, tenían su
vociferante parlamento. Este mismo ambiente, aunque sin gritos, lo vivía en la
Biblioteca Popular Circulante de
Castropol. Sus promotores, como Besteiro, tenían la impronta de la Institución
Libre de Enseñanza. Dicen que los niños son esponjas. Yo fui niño.
CLARA MEMORIA DE LA CANICULA DEL 36.
La guerra civil se llevó por delante la
República. En mi pueblo al finalizar julio ya cambiaron los símbolos, los
himnos y los colores. El azul bordado en rojo ayer se entreveraba con el caqui
militar. Confieso que a mis doce y trece
años me gustaba la marcialidad y hasta sentía envidia al ver a todos los niños
del pueblo, marchar cara al sol con banderas al viento y tocados de boina roja.
Nunca me ensillé el uniforme de flechas y pelayos, ni desfilé a redoble de
tambor y son de corneta, para festejar que los nacionales cruzaban el Ebro o
“caía” Bilbao o Málaga. Lo de caer nunca lo entendí demasiado, me parece un
verbo degenerativo y no me cae bien.
Recuerdo que una tarde, al final de un
Tedeum, conmemorando no sé qué victoria, estaba en la Plaza Mayor viendo el
desfile, justo al lado del jefe local del Movimiento, una gran y muy buena
persona, que al pasar la bandera me dijo: “Luisín, saluda”. Ya lo había hecho
con inclinación de cabeza, pero obediente,
repetí la cabezada, Mis brazos permanecieron en la respetuosa verticalidad. Al
alcalde le dio la risa. Era un demócrata “underground”, que decimos ahora.
Toda mi automarginación del
Movimiento rampante me vetaba también acompañar a los otros niños que, al salir
de la escuela, se dirigían al comedor de Auxilio Social. Claro que el que hizo
la ley hizo la trampa. Mi tía Adela era la cocinera y Antonia Guerra
Alvarez-Cascos, era jefe de la Sección Femenina. Antonia era vecina mía y me
quería, así que, de cuando en vez, probaba clandestinamente los guisos que
Adela, probada cocinera, condimentaba bien y, así, de la escasez de la olla
común sacaba buen provecho en tiempos de desolación.
LA REPUBLICA EN EL EXILIO
Mi encuentro republicano más solemne e
inesperado, incluso, rocambolesco, fue en el mes de junio de 1960. Hice un
viaje a Francia para prestar un pequeño servicio (es un decir) en la parroquia
de Villejuif, en la“banlieue” sur de Paris. El viaje lo hacía en la furgoneta
“deux chevaux” habilitada como sucedáneo
de caravana y que me servía, para mis descubiertas de París y de mil caminos de ida y vuelta.
Con ella y en ella he acampado en muchos
rincones e importantes ciudades de Francia: Pays Basque, Gironda, Aquitania,
Auvernia, Saboya, Loire, Lorena, Marne, Provence, Langedoc, Rosellon, Puy de
Dome…con derivas a Marsella, Aviñón y Montecarlo
Para
solaz y descanso, paseaba admirando la lujosísima zona de Neuilly, Nanterre y
Courbevoie... Estacioné la “pobre barquilla mía” en Porte Dauphine, frontera
con el esplendoroso Bois de Boulogne. Cuando quise introducirme por las umbrías
alamedas de la floresta, un atento gendarme me dijo que yo, es decir moi, no
tenía le droit de circular con tal artilugio por el exuberancia verde del gran parque de Hauts
Seine. Para suplir la promenade y estirar un poco las piernas deambulé por el
entorno.
PRESIDENTE EMILIO HERRERA LINARES
Mi indumentaria era talar con la clerical
tonsura en todo lo alto. Observo que una pareja de provectos y bien trajeados
señores, con toda la pinta de matrimonio bien avenido, miran la furgoneta, se
fijan en la O trasera y a mi se dirigen en son de confianza. Me dan un gran
respiro al preguntarme en castellano, con deje andaluz, si era de Oviedo, qué
hacía por tales parajes y un amplio etcétera de conversación cercana. Conocían
y eran amigos de sacerdotes españoles, claretianos, que regentaban la iglesia
de la Rue de la Pompe.
Ella era doña Irene Aguilar, él, don
Emilio Herrera. Paseamos, tomamos algo en una terraza. Hablamos de España Me
dio la impresión de que la extrañaban. Conocían bien su geografía, africana,
insular y peninsular y que, como que la conocía desde el aire. Uno de sus
últimos recuerdos era el verano del 36 en Santander, universidad Menéndez Pelayo. Yo,
que no sabía por donde moverme ante la riqueza de su conocimientos, balbuceo mi
condición de castropolino con afinidad paisana a Menéndez Pelayo. Me hablan de
su relación con Maeztu, Madariaga, Ortega, Baroja, Picasso, Juan de la Cierva,
Kindelán, Victoria Kent, Sánchez Albornoz…
Me voy acomplejando y veo que, pobre cura
de renqueante furgoneta, estoy tratando con un hombre de altos vuelos. “Sensim
sine sensu” vamos derivando a la actualidad política española. Don Emilio
Herrera Linares es ingeniero formado en
la Academia del Aire en Gudalajara y, por lo que voy descubriendo, con
brillantes servicios en la aeronáutica. Conoce muy de cerca a los Franco
Bahamonde, de modo más cercano a Ramón y a Francisco, su homólogo en el
generalato. Francisco es jefe del Estado y
Gobierno Español en Madrid. Herrera Linares es el presidente del sexto
gobierno de la República Española en el exilio. Cuando me entrega su tarjeta me
quedo con los ojos a cuadros, aunque entonces no se decía así la estupefacción.
Me invitaron a un palacete cercano, en la
Avenida Foch, 35, Presidencia del Gobierno de la República Española. Una solemne escalera hasta el despacho
presidencial. En lugar destacado, una bandera tricolor. bordada por una
comunidad de monjas de Tarragona. En esta conversación y en otras más fugaces,
su
acendrada fe cristiana de practicantes que motivaba su compromiso político. No pertenecía, creo, a ningún
partido, sin embargo por su prestigio intelectual y de hombre de bien, mantenía
amistad y contacto con destacados hombres políticos, desde Gil Robles y el
entorno de don Juan de Borbón hasta Azaña, Prieto y Martínez Barrio. Fue éste
el que le impulsó a aceptar la presidencia del sexto gobierno, trasterrado, de
la segunda República Española. Por razones éticas estaba en total oposición a
la forma golpista en la que había accedido al poder su conmilitón Francisco
Franco.
En un
momento de la visita a la Presidencia del Gobierno nos cruzamos con una
persona, personaje o personalidad, no recuerdo nombre ni rostro, el Presidente
del Gobierno me comentó, muy de paso, que él había asumido su función política
para equilibrar. El ya sabía muy bien lo que era el GULAG y la democracia
popular y, también, la orgánica. Su gran amor, a fuer de cristiano, era la
libertad expresada en democracia.
Confieso que, a pesar del desnivel
cultural y social, he encontrado en el matrimonio Herrera-Aguilar, gran
acogida. Lo apreciaba en su respeto y detalles. Hacia un año que el General de
Gaulle había inaugurado, muy cerca de lugar de nuestro encuentro, un cenotafio,
paralelo en sus objetivos, al que Franco había preparado en Cuelgamuros de
Guadarrama. El Presidente me invitó a visitar el Memorial de los Combatientes
Franceses en Mont Valerien, comuna de Suresnes. Para ello puso a mi disposición
su coche y su “chauffeur” así, como su gestión para encontrar “sur place” un
buen cicerone. El Presidente me recalcó que me fijase en su solemne austeridad,
en su entorno histórico y dimensión religiosa. Sin duda, me insinuaba
distancias de estilos y criterios.
MONTE DE LOS CAIDOS POR FRANCIA
Mont Valerien es un pequeño cerro situado
al este de París. Como es frecuente las elevaciones cercanas a la ciudad tienen
embrujo para el turismo, para el deporte, para la mitología, para la religión,
para guerra… Mont Valerien había sido en la Edad Media, y aún después, una
cercana tebaida para eremitas. En el siglo XVII se convierte en una fácil
representación del Gólgota con tres grandes cruces en la cumbre a la que se
ascendía evocando las estaciones, del Vía Crucis. Muchos acudían en
peregrinación expiatoria. Se cuenta que a uno de los compungidos le habían
impuesto como penitencia subir con unos garbanzos en el calzado. El buen
hombre, muy arrepentido, decide cumplir la penitencia. Para ahorrar sufrimiento
y salvar el alma coció los guisantes, los metió en el calzado y ascendió sin
lágrimas por la senda de la perfección.
Más tarde en este monte se construyó un
castillo fortaleza para acciones militares en revueltas domésticas. En la
segunda guerra mundial, después de la toma de Paris por los alemanes, fue lugar
de ejecución de presos de la resistencia. El 18 de junio de 1960, fiesta
nacional, el presidente De Gaulle inaugura el “Memorial de la Francia
Combatiente”. En una explanada al lado de la fortaleza, un muro de unos cien
metros de largo, construido con piedra
dorada, tiene en el centro la gran cruz de Lorena y a lo largo dieciséis
altorrelieves en bronce con escenas alegóricas al combate. En el centro, la
llama votiva sobre pavés de bronce. Bajo ambos brazos de la cruz de Lorena,
inequívoca devoción gaullista, se abren dos puertas. Por una de ellas se entra
en la capilla en donde el año anterior se habían depositado, en sendos
sarcófagos, dieciséis cadáveres de soldados desconocidos. Un gran letrero nos
advierte: “Estamos aquí, para recordar que hemos luchado para que Francia sea
libre”
EL GENERAL ME ENCARGA REZAR
Debo confesar que me sentí sobrecogido
por la austera grandiosidad de este Monte de los Caídos. Allí recé por los
muertos en guerra y por la paz y
reconciliación de los pueblos” Cumplí el
encargo que me había hecho el presidente Herrera Linares. Pero no olvidé, claro
está, a mi patria, a mi pueblo, al cementerio de La Paloma en donde, a mis doce
años, he escuchado tiros de muerte, y cuyos muros quedaron desconchados por los
proyectiles y en cuyo suelo he visto sangre de inocentes convecinos
inexplicablemente derramada.
Al hilo de este recuerdo me viene a la
memoria otro pequeño encuentro con republicanos en otra necrópolis. Por Todos
los Santos un año, cincuenta y tantos, acompañando a un feligrés fui al
cementerio del Salvador de Oviedo para responsear por sus familiares difuntos.
Al salir nos detuvimos en el exterior del muro, en donde habían sido fusilados
e inhumados muchos “rojos”. La tierra allanada de tonos ocres estaba salpicada
de flores depositadas de modo como clandestino.. Grupitos de personas
permanecían en silencio en torno a la fosa común. Creo que rezaban. Rezamos. Al
darse cuenta muchos de los deudos de los allí sepultados se unieron a nuestra
oración. Algunos de ellos llorando nos dieron las gracias, porque “menos mal
que alguien les acompañaba y con ellos rezaba”. Las vistosas coronas y los
solemnes responsos de los capellanes estaban intramuros. Posteriormente tuvimos
que explicar a la “autoridad competente” la significación de nuestro gesto que
no era precisamente “volver a empezar”, sino reconciliar.
EN BRUSELAS A LA SOMBRA DF LA REPUBLICA Después de dos días del inolvidable
encuentro, yo debo seguir mi programa. Por razones particulares me conviene
hacer una gestión en Bruselas. No sé por
donde comenzar ni a donde debo dirigirme. Lo comento con don Emilio y él me
abre una puerta, me ilumina un camino. En la capital belga vive uno de los
ministros de su gobierno que, sin duda orientará mis primeros pasos. Para él me
da una recomendación.
UN MINISTERIO “CONSERVERO”
La gris furgoneta y yo llegamos lentos,
pero seguros. Busco el ministerio. La dirección era precisa y clara. Calle arriba,
calle abajo, número a número y ni remota apariencia de algo parecido a un
Ministerio. Miro y remiro y vuelvo a mirar.. Al borde del fracaso. me paro
delante del escaparate de una tienda de ultramarinos y se me abre un pequeño
resquicio a la esperanza. Veo productos españoles: conservas Albo, Portanet,
Ortiz, Alfageme cuyas firmas había
conocido en mi fugaz ministerio clerical en Candás. Siquiera el tendero podrá
darme alguna pista, pensé.-“Excusez, moi, je cherche…” – “Sí, soy yo. Me llamó
el Presidente. Le esperaba a usted”
El tendero, digo, el señor ministro me
llevó a la trastienda, era el despacho ministerial y un amplio y confortable
salón de reuniones. Hablamos de mi interés y me dio oportunas y eficaces
ayudas. Me invitó a una reunión de amigos, entre ellos dos jesuitas españoles.
que allí mismo tendría lugar al día siguiente. No era ningún contubernio, era
una tertulia de españoles, algunos cargados de nostalgia y otros ansiosos de novedades y variopintas opiniones.
Todo esto lo revivo al recordar mi
encuentro personal, totalmente fortuito, pero cercano y amistoso, con un primer
ministro de la República en el exilio. Hasta su muerte, siquiera en la Navidad
nos intercambiábamos noticias y buenos augurios. En alguna ocasión llegó expresarlos
tal como así: “Con un respetuoso saludo al R.P. Legaspi, su hijo en N.S. Emilio
Herrera”.
Bien es verdad que estos contactos
permanecieron hasta ahora en un púdico y discreto silencio. No quiero pensar
que fuere cobardía, ni siquiera disimulo. Además, ni antes ni ahora tendrán
interés para nadie. Si pongo la moviola es para confesarme a mi mismo que he
vivido.
El trece de septiembre de 1967 falleció
en Ginebra Don Emilio Herrera Linares, un hombre de honor, de paz, un cristiano
cabal. Tras el largo exilio, los restos
descansan en su Granada natal.
P.D. Se
me olvidaba: pues no, no soy republicano. Tampoco monárquico. Me gusta lo de
“Senatus Populusque Romanus”. Tengo el pálpito de que el Presidente de la VI
Gobierno de la República Española en el destierro, tenía amigos y, acaso.
querencias en la Monarquía.