sábado, 13 de febrero de 2016

MAESTRO DON ARTURO

MAESTRO

DON ARTURO FRANCISCO LORIDO y LOMBARDERO

________________________luis legaspi





QUERIDO MAESTRO:

Venía yo hacia la cuartilla blanca, para cumplir el encargo del Club de Mar: escribir sobre un tema  castropolense. Había pensado en Don Arturo, pero la tele me sorprendió con uno de sus   comecocos: “Querido Maestro”. Dije ésta es la mía. En vez de comenzar escribiendo a “don arturo”,  me decido a escribir al Maestro. Y la mayúscula, con toda intención.  Ni siquiera digo lo de señor, por miedo  a que el adjetivo se coma al sustantivo. Algún niño de los de ahora escribiría al profesor, y, para no gastar tinta ni educación, le diría, sin más,  “profe”. Hasta es posible que cualquiera le dijese: ¡hola, tío!  “Mi tío” era el título que le daba María, que tanto le quería, que tanto le cuidó. ¡Qué callada era María

Ahora vuelvo al Maestro. Una cosa es ser Maestro y otra, menos complicada, entrar a las nueve. A esa hora “don arturo” en persona se asomaba a la puerta con “portelo” y medio gritaba: ¡Adentro! Nos esperaba la tabla de multiplicar, la alineación de los reyes godos y el lío de las esdrújulas. Ya sería bueno que una buena parte de los “profes”  fueren maestros. Dejemos el tema y no entremos en dimes y diretes.

Mi querido Don Arturo Francisco Lorido y Lombardero, (María, su sobrina, le llamaba Paco) llegamos casi juntos a Castropol. Yo no me acuerdo. Los papeles dicen al  comenzar el 24. Usted, por ahí, por ahí, para el curso 23-24.  Yo llegaba -supongo- llorando. Es bueno llorar al nacer, para tener algo ya llorado, porque luego pasar la vida con lágrimas debe de ser muy aburrido. Usted, maestro, llegaba contento -supongo- Obtuvo su título en 1905, y  después de interinidad  en la escuela de Ouria, con el grado de bachiller (1913) y pasar por Paramios y Villameá llegó a Castropol.

El ser maestro de y en Castropol, villa señera, no dejaba de ser una buena colocación Parece ser que el puesto era para su tío y maestro don Manuel Lombardero al que yo veo ahora tan serio, en piedra y bronce, en la plaza de Taramundi. Taramundi, tierra de buenas aguas para templar el hierro, ha vertido a Castropol gente importante. Esto merecería alguna reflexión y estudio, pero un folleto festero da para lo que da,

Volvamos a la escuela de Castropol, cimentada sobre el Castillo Fiel, precipitando al pueblo por la Calle del Muelle hacia la Ría. Su antecesor había sido Don Bianor Soto. Un hombre “progre” liberal y,  por consiguiente, fácil al conflicto con los conservadores y, también, con la Iglesia. Era párroco a la sazón don Juan Cordero, culto sacerdote, y santo, cosa que mejor le va a un cura.

Los pleitos entre instituciones y, sobre todo entre personas, eran menores: hacer compatibles actividades convergentes: qué si excursiones de los niños, qué si horarios de catecismo... Es como si ahora discutiesen el Club de Mar por sus entrenamientos y la Parroquia por sus actividades de pastoral juvenil. Siempre los curas tendemos a pensar que “Amancio”, el dueño del salón, en “Casarego”, era el culpable de la escasez de mozos en Misa, como insinuaba el señor don Bonifacio Amago, de Balmonte. Pero ahora no voy a resolver pequeños litigios ni, mucho menos, a reproducirlos

Todo en el fondo era  resaca de la gran marejada que vivía España entre “una religiosidad decadente, con un clero metido en política, sin vigor apostólico y, aún, con ignorancia del mismo credo que debía trasmitir”  mal apuntalado por el Syllabus, la Pascendi etc. por un lado,  y, por el otro, unas ideas krausistas de modernidad secularizadora que  se iban abriendo paso en Ateneos, en la Institución Libre de Enseñanza y en otros foros que cobijaban a  profesores como  Francisco  Giner, Sanz del Río, Fernando de Castro,  y un largo etcétera de intelectuales que sufrían al verse  desgarrados de sus comunidades y tradiciones cristianas a las que bien quisieran renovar. Eran los primeros impulsos de una modernidad, eran el alba de lo que para la Iglesia supuso  el Vaticano II y para la sociedad española la Constitución del 78.

Los aires renovadores  venían a Castropol no sólo de la mano de buenos maestros, sino también de jóvenes indígenas, muchos de ellos educados por el cura Cordero, con inquietud cultural que cristalizó en la fundación (1921) de la “Biblioteca Popular Circulante” nunca Biblioteca Municipal, “asociación ciudadana de derecho público”, incautada hoy  por la Administración política más deseosa de no dejar hacer al pueblo que de respetar y estimular su iniciativa.

En Castropol eran años de  descafeinadas convulsiones políticas. Os “novos y os veyos”, Villamiles y Murias, Cancios y  Monteavaros... discutían con alguna acritud, pero sin que la sangre llegase a la ría y sin que entorpeciese la buena merendola con tortilla al ron en el Bodego, ancestro de mal noveladas bodeguillas de políticos.

En  1931 “el 14 de abril llegó la República, tranquila y sutil”, como versificó don Ramón d`as Mentirolas.  Usted, querido Maestro, era republicano. Son mis primeros recuerdos: Aprendimos con entusiasmo que “España es una república de trabajadores de todas clases.” En el estrado de la Escuela, sin arrinconar una preciosa Inmaculada de Ribera, se colocó el retrato del presidente don Niceto Alcalá Zamora. En un gramófono con bocina rodaba  “la voz de su amo” y el himno de Riego a toda pastilla. También recuerdo el disco descriptivo de la sublevación de Jaca y el fusilamiento de Galán y García Hernández. “El camión patina” decía el narrador y un sonido onomatopéyico nos metía el resuello en el cuerpo a “os rapacíos” que nunca habíamos andado en coche, pero que ya teníamos miedo a irnos todos por el barranco abajo.

Si  ya sabíamos la lección o llovía mucho, a la hora del recreo, usted daba manivela al gramófono o nos enseñaba una buena serie de tarjetas postales, su estupenda colección  filatélica o algunos “souvenires”  de sus viajes. Usted era un maestro “viajao”,”esperantista”, asiduo a congresos y cursillos de renovación... Buenos  recursos para educarnos en un espíritu abierto, europeo dicen ahora los que piensan que la envejecida Europa es el ombligo del mundo. Guardo como oro en paño un libro que dice “regalo de don Arturo”.  Es recuerdo, no recuerdo que si de curso o de concurso. Está editado en 1929 para que sirva de “lectura a niños y maestros”. Se titula “Un Viaje a Italia”. Un grupo de maestros habían participado en él capitaneados por J. A. Onieva, inspector de enseñanza.

Cuando yo, circunstancias y años inesperados, conocí Venecia, Lausana, París, Lourdes, la Capilla Sixtina, El Foro Romano, mil otros lugares de Francia, Suiza, Italia e, incluso, la estación del Norte de Oviedo o Ujo, tan cercanas, me parecían  lugares  ya recorridos en la compañía de mi querido Maestro.

No hace mucho tiempo he estado en Arafo, Tenerife. Ha sido una visita casi de médico. No he tenido tiempo para preguntar por Dolores Flores. Hubiera sido una enorme satisfacción el conocer a una “condiscípula en la distancia”, con la que había mantenido, desde nuestras escuelas de Arafo y Castropol, correspondencia epistolar, intercambio de amistad noticias y productos de la tierra  ¡Qué dulce el dátil y como “empapuzaba” el gofio...!

Yo sé que Jesús es una localidad cercana a Tortosa, porque alguien me escribía: “de Jesús a Tortosa hay siete kilómetros, de Tortosa a Jesús, cada día, viaja mucha gente, de Jesús a Tortosa, un autobús sale cada...” Recuerdo una descripción que me producía tortícolis, mirando si la pelota, mi amigo, estaba en Tortosa o en Jesús.

Llegaban nuestras cartas a Polonia y Suiza. Con niños de aquellas naciones intercambiábamos sellos, caricaturas de deportistas: (Ricardo Zamora, Ciriaco y Quincoces...) o de políticos (Gil Robles, Lerroux, Besteiro...) Guillermo Tell o Miguel Servet eran para nosotros personajes, a la vez, míticos y cercanos.

También nos enseñaba  a respetar y  amar la Naturaleza, aunque los ecologistas y el Greenpeace aún no habían nacido. Los días de excursión eran una pequeña  descubierta al contorno: Ferradal, con su capilla, San Marcos,  Fontela a Regueira, Veloso, con “caleiros y fornos”, Río de Berbesa… Además de beber y comprender el paisaje, buscábamos fósiles, genciana, cardos o perejiles, libélulas, coleópteros como “vacalouras”, jilgueros, verderones, lagartijas... y cualquier otra fauna o flora que nos descubría la vida, aunque ya sabíamos, claro, que la leche no la producía el “xarro”, hoy tetra-brick

Usted, hombre rural no podía olvidar el humus. La Fiesta del Árbol era una efeméride anual. La parroquia de Castropol, villa de  curiales y “señoritos” y de servicios y chupatintas, no era eminentemente agrícola, aunque sí lo era todo el concejo y todo su entorno. Usted siempre tuvo esta preocupación, porque España era rural. Lamentaba, como Joaquín Costa, que en Escuelas de Magisterio el tema de Agricultura e Industrias derivadas apenas se tocaba y, encima, con mala metodología

Aún sin tener parcela adecuada de experiencias inmediatas, usted  pudo presentar estudios para obtener del Ministerio de Agricultura uno de los ocho diplomas nacionales para la educación agrícola.  La sintonía con el entorno social le llevó a participar, acompañado de sus alumnos, en concursos del ramo. Con tres de sus alumnos asistió al primer curso de Iniciación Agrícola y Ganadera en la Granja de Luces, Colunga.  

En el huerto escolar, muy escaso, cada cuadrilla teníamos una parcelita de cultivo de alguna hortaliza y planta ornamental. No faltaba algún arbusto de morera para alimentar con su hoja a los gusanos que estabulábamos en cajas de zapatos (pocas teníamos) en el alféizar de las ventanas hasta que los peludos insectos se nos escondían en capullos de seda para resucitar gráciles crisálidas y, así, volver a empezar.

Estaba, también, el pluviómetro. Dios mío, cuántas probetas hemos roto porque usted nos confiaba el medir el agua llovida, dato que se incorporaba al centro nacional meteorológico. No hace mucho he visto que Margarita, joven octogenaria, hija de don Arturo, seguía en  Taramundi la vieja tradición del Maestro de Castropol.

En la fachada de la escuela está el barómetro. Compartíamos su uso con “os mariñeiros” que desde el rincón de sus tertulias y disputas, “El Banco dos Mariñeiros”, vecino a la escuela, se levantaban  para husmear el tiempo, vendavalada o nordés y, en muchas ocasiones, para cambiar el ritmo o argumento de mentiras grandilocuentes. ¿Por qué no se recupera el Banco d`os Mariñeiros y el barómetro en su hornacina? Una idea, para el Club de Mar.

Toda la vida escolar iba bien entreverada en trabajos manuales, (bricolaje, dicen ahora) lectura clásica, geografía, historia... Creo que a usted le tiraban más las humanidades que las exactitudes. Yo he aprendido en la Escuela, a hacer dodecaedros de cartulina. Los hombres de Neandertal y Cromagnón ya nos servían para leves insultos de críos. También, me enamoraba yo de una moza tan fermosa que apenas creyera que fuere vaquera de la Finojosa o curiosaba a Marica que mientras yo iba a la escuela de “donarturo” ella iba a la “amiga” de doña Rosita  Las afluencias al Sil o al Segre y de estos al Miño y al Ebro nos parecían tan normales   como los riachuelos Suarón y Mojardín, Seares o Berbesa, al Eo. Y todos,  a la mar que es el morir.  Casiopea y Aldebarán eran tan cercanas como La Polar,  aunque ésta estaba siempre encima de la bocana de la barra para ayudarnos a no perder el Norte.

Como también de pan vive el hombre, usted organizó cocina y comedor escolar.  Llegaron unas mesas que no eran pupitres, manteles y servilletas de colores. . Yo nunca había comido “a mantel puesto”.  María, la sobrina de “mi tío”, se ponía el delantal y nos servía. No era menester animar demasiado. Yo, que, por no ponerme  correaje, nunca he sido huésped del “Auxilio Social” recuerdo aquel menú de la Escuela de la República,  tan sencillo como sabroso. Duró poco.

Llegó el 36. Usted, en una hábil maniobra de supervivencia, al comenzar un nuevo curso, se presentó en clase “camisa azul, bordada en rojo ayer”. ”En lo alto, las estrellas” y, como tantas veces, “España, a la intemperie”. “Donarturo” de correajes y uniformes ya conocía algo, después de tres años de servicio militar en los Lanceros de Farnesio, guarnición en Valladolid. También allí ejercía su vocación al frente de la Escuela Militar de Analfabetos.  

Hubo tristes días en la villa, no tan pacífica, por lo visto. Varios  de sus alumnos acabaron al paredón en un bochornoso amanecer. Estoy seguro que usted los lloró y por ellos rezó. De ello hemos hablado y lo hizo conmigo en aquella Misa del 29 de noviembre de 1959, cuando se reunió Castropol para acompañarle a recibir la Cruz de Alfonso X el Sabio. Don Arturo Lorido, de la Institución Libre de Enseñanza, era un cristiano. Mis últimos recuerdos son de mi Maestro en la parroquia, miembro de la Adoración Nocturna, tratando de usted -¡qué vergüenza me hacía pasar!- a Luisín, “el mimoso”, ahora cura de manteo,  y, hasta, confesor de su Maestro. ¡Qué me voy a contar yo a mi mismo, porque, al parecer,  los curas y los maestros también somos pecadores, don Arturo! ¡GRACIAS, QUERIDO MAESTRO!