jueves, 7 de abril de 2016

ENCUENTROS CON LA SEGUNDA REPUBLICA


____________________________________________      luis legaspi

(Publicado en La Nueva España: 25, abril, 2014, pag.60)

El primer encuentro, aunque difuminado en detalles, fue a los siete años. Recuerdo a Don Arturo, el Maestro, -permitanme las mayúsculas- satisfecho en el catorce de abril. Él era de la Institución Libre de Enseñanza. En la escuela no llegamos a fin de curso sin saber el himno de Riego. El Maestro no tenía mucho oído musical pero ya tenía un gramófono para el son. La letra aún no decía que los curas y frailes se iban a llevar una paliza. También recuerdo a familiares que se sentían coaccionados por algún “señorito” cuyas consignas habían desoído a la hora de las urnas. El voto es secreto, pero en los pueblos todo se sabe.
 
        Poco después, todos los niños proclamábamos “par coeur” que “España era una república de trabajadores de toda clase”. Pasaron pocos años. El morado que, al parecer, es una versión desteñida del pendón de Castilla, tremolado en Villalar de Campos, pasó a ser símbolo de libertad y unidad nacional. La libertad y la unidad, también hoy, se destiñen  fácilmente. El rojo y gualda de la monarquía borbónica y de la república primera, del reino de Aragón, y de su Condado Catalán, son ahora los colores de la señera aglutinante de esta España mía, de esta España nuestra, patria común de los españoles, consolidada por Isabel y Fernando, buen gobierno paritario, tardío invento de progresistas. Cincuenta por ciento, Isabel y la otra mitad Fernando. “Tanto monta, monta tanto” Sin remontarnos a Salomón y la Reina de Saba ni a Cleopatra y Antonio.
 
        En torno al 33, con la emigración de mi familia, Ría del Eo arriba hasta Vegadeo, en busca de trabajo, a pesar de mis nueve años fui aprendiendo algunos nombres y vislumbrando posturas políticas y sociales. Vivíamos en el Fondrigo, barrio del Sol, comercial e industrial. Sol, escaso; industria, poca. En la confluencia de la carretera general con el camino a Miou, antiguo de Santiago, había un un chigre. Su dueño se llamaba Alberto, pero su mote era Besteiro. Decían que en su físico tenía un aire, al político republicano don Julián Besteiro.         

        Lo cierto es que sus seguidores, uno de ellos mi padre, en la tasca de Besteiro, entre chiquito y naipe, tenían su vociferante parlamento. Este mismo ambiente, aunque sin gritos, lo vivía en la Biblioteca Popular Circulante de Castropol. Sus promotores, como Besteiro, tenían la impronta de la Institución Libre de Enseñanza. Dicen que los niños son esponjas. Yo fui niño.

CLARA MEMORIA DE LA CANICULA DEL 36.
        La guerra civil se llevó por delante la República. En mi pueblo al finalizar julio ya cambiaron los símbolos, los himnos y los colores. El azul bordado en rojo ayer se entreveraba con el caqui militar.  Confieso que a mis doce y trece años me gustaba la marcialidad y hasta sentía envidia al ver a todos los niños del pueblo, marchar cara al sol con banderas al viento y tocados de boina roja. Nunca me ensillé el uniforme de flechas y pelayos, ni desfilé a redoble de tambor y son de corneta, para festejar que los nacionales cruzaban el Ebro o “caía” Bilbao o Málaga. Lo de caer nunca lo entendí demasiado, me parece un verbo degenerativo y no me cae bien.
       
        Recuerdo que una tarde, al final de un Tedeum, conmemorando no sé qué victoria, estaba en la Plaza Mayor viendo el desfile, justo al lado del jefe local del Movimiento, una gran y muy buena persona, que al pasar la bandera me dijo: “Luisín, saluda”. Ya lo había hecho con inclinación de cabeza, pero  obediente, repetí la cabezada, Mis brazos permanecieron en la respetuosa verticalidad. Al alcalde le dio la risa. Era un demócrata “underground”, que decimos ahora. 
      
       Toda mi automarginación del Movimiento rampante me vetaba también acompañar a los otros niños que, al salir de la escuela, se dirigían al comedor de Auxilio Social. Claro que el que hizo la ley hizo la trampa. Mi tía Adela era la cocinera y Antonia Guerra Alvarez-Cascos, era jefe de la Sección Femenina. Antonia era vecina mía y me quería, así que, de cuando en vez, probaba clandestinamente los guisos que Adela, probada cocinera, condimentaba bien y, así, de la escasez de la olla común sacaba buen provecho en tiempos de desolación. 

LA REPUBLICA EN EL EXILIO
       Mi encuentro republicano más solemne e inesperado, incluso, rocambolesco, fue en el mes de junio de 1960. Hice un viaje a Francia para prestar un pequeño servicio (es un decir) en la parroquia de Villejuif, en la“banlieue” sur de Paris. El viaje lo hacía en la furgoneta “deux chevaux” habilitada  como sucedáneo de caravana y que me servía, para mis descubiertas de París y  de mil caminos de ida y vuelta.
      
       Con ella y en ella he acampado en muchos rincones e importantes ciudades de Francia: Pays Basque, Gironda, Aquitania, Auvernia, Saboya, Loire, Lorena, Marne, Provence, Langedoc, Rosellon, Puy de Dome…con derivas a Marsella, Aviñón y Montecarlo
      
Para solaz y descanso, paseaba admirando la lujosísima zona de Neuilly, Nanterre y Courbevoie... Estacioné la “pobre barquilla mía” en Porte Dauphine, frontera con el esplendoroso Bois de Boulogne. Cuando quise introducirme por las umbrías alamedas de la floresta, un atento gendarme me dijo que yo, es decir moi, no tenía le droit de circular con tal artilugio por el  exuberancia verde del gran parque de Hauts Seine. Para suplir la promenade y estirar un poco las piernas deambulé por el entorno.

PRESIDENTE EMILIO HERRERA LINARES
       Mi indumentaria era talar con la clerical tonsura en todo lo alto. Observo que una pareja de provectos y bien trajeados señores, con toda la pinta de matrimonio bien avenido, miran la furgoneta, se fijan en la O trasera y a mi se dirigen en son de confianza. Me dan un gran respiro al preguntarme en castellano, con deje andaluz, si era de Oviedo, qué hacía por tales parajes y un amplio etcétera de conversación cercana. Conocían y eran amigos de sacerdotes españoles, claretianos, que regentaban la iglesia de la Rue de la Pompe.         
      
       Ella era doña Irene Aguilar, él, don Emilio Herrera. Paseamos, tomamos algo en una terraza. Hablamos de España Me dio la impresión de que la extrañaban. Conocían bien su geografía, africana, insular y peninsular y que, como que la conocía desde el aire. Uno de sus últimos recuerdos era el verano del 36 en  Santander, universidad Menéndez Pelayo. Yo, que no sabía por donde moverme ante la riqueza de su conocimientos, balbuceo mi condición de castropolino con afinidad paisana a Menéndez Pelayo. Me hablan de su relación con Maeztu, Madariaga, Ortega, Baroja, Picasso, Juan de la Cierva, Kindelán, Victoria Kent, Sánchez Albornoz…
      
       Me voy acomplejando y veo que, pobre cura de renqueante furgoneta, estoy tratando con un hombre de altos vuelos. “Sensim sine sensu” vamos derivando a la actualidad política española. Don Emilio Herrera Linares  es ingeniero formado en la Academia del Aire en Gudalajara y, por lo que voy descubriendo, con brillantes servicios en la aeronáutica. Conoce muy de cerca a los Franco Bahamonde, de modo más cercano a Ramón y a Francisco, su homólogo en el generalato. Francisco es jefe del Estado y  Gobierno Español en Madrid. Herrera Linares es el presidente del sexto gobierno de la República Española en el exilio. Cuando me entrega su tarjeta me quedo con los ojos a cuadros, aunque entonces no se decía así la estupefacción.
      
       Me invitaron a un palacete cercano, en la Avenida Foch, 35, Presidencia del Gobierno de la República Española.  Una solemne escalera hasta el despacho presidencial. En lugar destacado, una bandera tricolor. bordada por una comunidad de monjas de Tarragona. En esta conversación y en otras más fugaces,
su acendrada fe cristiana de practicantes que motivaba su compromiso  político. No pertenecía, creo, a ningún partido, sin embargo por su prestigio intelectual y de hombre de bien, mantenía amistad y contacto con destacados hombres políticos, desde Gil Robles y el entorno de don Juan de Borbón hasta Azaña, Prieto y Martínez Barrio. Fue éste el que le impulsó a aceptar la presidencia del sexto gobierno, trasterrado, de la segunda República Española. Por razones éticas estaba en total oposición a la forma golpista en la que había accedido al poder su conmilitón Francisco Franco. 
      
   En un momento de la visita a la Presidencia del Gobierno nos cruzamos con una persona, personaje o personalidad, no recuerdo nombre ni rostro, el Presidente del Gobierno me comentó, muy de paso, que él había asumido su función política para equilibrar. El ya sabía muy bien lo que era el GULAG y la democracia popular y, también, la orgánica. Su gran amor, a fuer de cristiano, era la libertad expresada en democracia.
      
       Confieso que, a pesar del desnivel cultural y social, he encontrado en el matrimonio Herrera-Aguilar, gran acogida. Lo apreciaba en su respeto y detalles. Hacia un año que el General de Gaulle había inaugurado, muy cerca de lugar de nuestro encuentro, un cenotafio, paralelo en sus objetivos, al que Franco había preparado en Cuelgamuros de Guadarrama. El Presidente me invitó a visitar el Memorial de los Combatientes Franceses en Mont Valerien, comuna de Suresnes. Para ello puso a mi disposición su coche y su “chauffeur” así, como su gestión para encontrar “sur place” un buen cicerone. El Presidente me recalcó que me fijase en su solemne austeridad, en su entorno histórico y dimensión religiosa. Sin duda, me insinuaba distancias de estilos y criterios.


MONTE DE LOS CAIDOS POR FRANCIA
       Mont Valerien es un pequeño cerro situado al este de París. Como es frecuente las elevaciones cercanas a la ciudad tienen embrujo para el turismo, para el deporte, para la mitología, para la religión, para guerra… Mont Valerien había sido en la Edad Media, y aún después, una cercana tebaida para eremitas. En el siglo XVII se convierte en una fácil representación del Gólgota con tres grandes cruces en la cumbre a la que se ascendía evocando las estaciones, del Vía Crucis. Muchos acudían en peregrinación expiatoria. Se cuenta que a uno de los compungidos le habían impuesto como penitencia subir con unos garbanzos en el calzado. El buen hombre, muy arrepentido, decide cumplir la penitencia. Para ahorrar sufrimiento y salvar el alma coció los guisantes, los metió en el calzado y ascendió sin lágrimas por la senda de la perfección.
      
       Más tarde en este monte se construyó un castillo fortaleza para acciones militares en revueltas domésticas. En la segunda guerra mundial, después de la toma de Paris por los alemanes, fue lugar de ejecución de presos de la resistencia. El 18 de junio de 1960, fiesta nacional, el presidente De Gaulle inaugura el “Memorial de la Francia Combatiente”. En una explanada al lado de la fortaleza, un muro de unos cien metros de largo, construido con  piedra dorada, tiene en el centro la gran cruz de Lorena y a lo largo dieciséis altorrelieves en bronce con escenas alegóricas al combate. En el centro, la llama votiva sobre pavés de bronce. Bajo ambos brazos de la cruz de Lorena, inequívoca devoción gaullista, se abren dos puertas. Por una de ellas se entra en la capilla en donde el año anterior se habían depositado, en sendos sarcófagos, dieciséis cadáveres de soldados desconocidos. Un gran letrero nos advierte: “Estamos aquí, para recordar que hemos luchado para que Francia sea libre”



EL GENERAL ME ENCARGA REZAR  
       Debo confesar que me sentí sobrecogido por la austera grandiosidad de este Monte de los Caídos. Allí recé por los muertos en guerra y  por la paz y reconciliación de los pueblos”  Cumplí el encargo que me había hecho el presidente Herrera Linares. Pero no olvidé, claro está, a mi patria, a mi pueblo, al cementerio de La Paloma en donde, a mis doce años, he escuchado tiros de muerte, y cuyos muros quedaron desconchados por los proyectiles y en cuyo suelo he visto sangre de inocentes convecinos inexplicablemente derramada.
      
       Al hilo de este recuerdo me viene a la memoria otro pequeño encuentro con republicanos en otra necrópolis. Por Todos los Santos un año, cincuenta y tantos, acompañando a un feligrés fui al cementerio del Salvador de Oviedo para responsear por sus familiares difuntos. Al salir nos detuvimos en el exterior del muro, en donde habían sido fusilados e inhumados muchos “rojos”. La tierra allanada de tonos ocres estaba salpicada de flores depositadas de modo como clandestino.. Grupitos de personas permanecían en silencio en torno a la fosa común. Creo que rezaban. Rezamos. Al darse cuenta muchos de los deudos de los allí sepultados se unieron a nuestra oración. Algunos de ellos llorando nos dieron las gracias, porque “menos mal que alguien les acompañaba y con ellos rezaba”. Las vistosas coronas y los solemnes responsos de los capellanes estaban intramuros. Posteriormente tuvimos que explicar a la “autoridad competente” la significación de nuestro gesto que no era precisamente “volver a empezar”, sino reconciliar.

EN BRUSELAS A LA SOMBRA DF LA REPUBLICA                Después de dos días del inolvidable encuentro, yo debo seguir mi programa. Por razones particulares me conviene hacer una gestión en Bruselas.  No sé por donde comenzar ni a donde debo dirigirme. Lo comento con don Emilio y él me abre una puerta, me ilumina un camino. En la capital belga vive uno de los ministros de su gobierno que, sin duda orientará mis primeros pasos. Para él me da una recomendación.

UN MINISTERIO “CONSERVERO”
       La gris furgoneta y yo llegamos lentos, pero seguros. Busco el ministerio. La dirección era precisa y clara. Calle arriba, calle abajo, número a número y ni remota apariencia de algo parecido a un Ministerio. Miro y remiro y vuelvo a mirar.. Al borde del fracaso. me paro delante del escaparate de una tienda de ultramarinos y se me abre un pequeño resquicio a la esperanza. Veo productos españoles: conservas Albo, Portanet, Ortiz, Alfageme cuyas firmas  había conocido en mi fugaz ministerio clerical en Candás. Siquiera el tendero podrá darme alguna pista, pensé.-“Excusez, moi, je cherche…” – “Sí, soy yo. Me llamó el Presidente. Le esperaba a usted”
      
       El tendero, digo, el señor ministro me llevó a la trastienda, era el despacho ministerial y un amplio y confortable salón de reuniones. Hablamos de mi interés y me dio oportunas y eficaces ayudas. Me invitó a una reunión de amigos, entre ellos dos jesuitas españoles. que allí mismo tendría lugar al día siguiente. No era ningún contubernio, era una tertulia de españoles, algunos cargados de nostalgia y otros ansiosos  de novedades y variopintas opiniones.
      
       Todo esto lo revivo al recordar mi encuentro personal, totalmente fortuito, pero cercano y amistoso, con un primer ministro de la República en el exilio. Hasta su muerte, siquiera en la Navidad nos intercambiábamos noticias y buenos augurios. En alguna ocasión llegó expresarlos tal como así: “Con un respetuoso saludo al R.P. Legaspi, su hijo en N.S. Emilio Herrera”.
      
       Bien es verdad que estos contactos permanecieron hasta ahora en un púdico y discreto silencio. No quiero pensar que fuere cobardía, ni siquiera disimulo. Además, ni antes ni ahora tendrán interés para nadie. Si pongo la moviola es para confesarme a mi mismo que he vivido.
      
       El trece de septiembre de 1967 falleció en Ginebra Don Emilio Herrera Linares, un hombre de honor, de paz, un cristiano cabal.  Tras el largo exilio, los restos descansan en su Granada natal.


 P.D. Se me olvidaba: pues no, no soy republicano. Tampoco monárquico. Me gusta lo de “Senatus Populusque Romanus”. Tengo el pálpito de que el Presidente de la VI Gobierno de la República Española en el destierro, tenía amigos y, acaso. querencias en la Monarquía.   















             

sábado, 13 de febrero de 2016

MAESTRO DON ARTURO

MAESTRO

DON ARTURO FRANCISCO LORIDO y LOMBARDERO

________________________luis legaspi





QUERIDO MAESTRO:

Venía yo hacia la cuartilla blanca, para cumplir el encargo del Club de Mar: escribir sobre un tema  castropolense. Había pensado en Don Arturo, pero la tele me sorprendió con uno de sus   comecocos: “Querido Maestro”. Dije ésta es la mía. En vez de comenzar escribiendo a “don arturo”,  me decido a escribir al Maestro. Y la mayúscula, con toda intención.  Ni siquiera digo lo de señor, por miedo  a que el adjetivo se coma al sustantivo. Algún niño de los de ahora escribiría al profesor, y, para no gastar tinta ni educación, le diría, sin más,  “profe”. Hasta es posible que cualquiera le dijese: ¡hola, tío!  “Mi tío” era el título que le daba María, que tanto le quería, que tanto le cuidó. ¡Qué callada era María

Ahora vuelvo al Maestro. Una cosa es ser Maestro y otra, menos complicada, entrar a las nueve. A esa hora “don arturo” en persona se asomaba a la puerta con “portelo” y medio gritaba: ¡Adentro! Nos esperaba la tabla de multiplicar, la alineación de los reyes godos y el lío de las esdrújulas. Ya sería bueno que una buena parte de los “profes”  fueren maestros. Dejemos el tema y no entremos en dimes y diretes.

Mi querido Don Arturo Francisco Lorido y Lombardero, (María, su sobrina, le llamaba Paco) llegamos casi juntos a Castropol. Yo no me acuerdo. Los papeles dicen al  comenzar el 24. Usted, por ahí, por ahí, para el curso 23-24.  Yo llegaba -supongo- llorando. Es bueno llorar al nacer, para tener algo ya llorado, porque luego pasar la vida con lágrimas debe de ser muy aburrido. Usted, maestro, llegaba contento -supongo- Obtuvo su título en 1905, y  después de interinidad  en la escuela de Ouria, con el grado de bachiller (1913) y pasar por Paramios y Villameá llegó a Castropol.

El ser maestro de y en Castropol, villa señera, no dejaba de ser una buena colocación Parece ser que el puesto era para su tío y maestro don Manuel Lombardero al que yo veo ahora tan serio, en piedra y bronce, en la plaza de Taramundi. Taramundi, tierra de buenas aguas para templar el hierro, ha vertido a Castropol gente importante. Esto merecería alguna reflexión y estudio, pero un folleto festero da para lo que da,

Volvamos a la escuela de Castropol, cimentada sobre el Castillo Fiel, precipitando al pueblo por la Calle del Muelle hacia la Ría. Su antecesor había sido Don Bianor Soto. Un hombre “progre” liberal y,  por consiguiente, fácil al conflicto con los conservadores y, también, con la Iglesia. Era párroco a la sazón don Juan Cordero, culto sacerdote, y santo, cosa que mejor le va a un cura.

Los pleitos entre instituciones y, sobre todo entre personas, eran menores: hacer compatibles actividades convergentes: qué si excursiones de los niños, qué si horarios de catecismo... Es como si ahora discutiesen el Club de Mar por sus entrenamientos y la Parroquia por sus actividades de pastoral juvenil. Siempre los curas tendemos a pensar que “Amancio”, el dueño del salón, en “Casarego”, era el culpable de la escasez de mozos en Misa, como insinuaba el señor don Bonifacio Amago, de Balmonte. Pero ahora no voy a resolver pequeños litigios ni, mucho menos, a reproducirlos

Todo en el fondo era  resaca de la gran marejada que vivía España entre “una religiosidad decadente, con un clero metido en política, sin vigor apostólico y, aún, con ignorancia del mismo credo que debía trasmitir”  mal apuntalado por el Syllabus, la Pascendi etc. por un lado,  y, por el otro, unas ideas krausistas de modernidad secularizadora que  se iban abriendo paso en Ateneos, en la Institución Libre de Enseñanza y en otros foros que cobijaban a  profesores como  Francisco  Giner, Sanz del Río, Fernando de Castro,  y un largo etcétera de intelectuales que sufrían al verse  desgarrados de sus comunidades y tradiciones cristianas a las que bien quisieran renovar. Eran los primeros impulsos de una modernidad, eran el alba de lo que para la Iglesia supuso  el Vaticano II y para la sociedad española la Constitución del 78.

Los aires renovadores  venían a Castropol no sólo de la mano de buenos maestros, sino también de jóvenes indígenas, muchos de ellos educados por el cura Cordero, con inquietud cultural que cristalizó en la fundación (1921) de la “Biblioteca Popular Circulante” nunca Biblioteca Municipal, “asociación ciudadana de derecho público”, incautada hoy  por la Administración política más deseosa de no dejar hacer al pueblo que de respetar y estimular su iniciativa.

En Castropol eran años de  descafeinadas convulsiones políticas. Os “novos y os veyos”, Villamiles y Murias, Cancios y  Monteavaros... discutían con alguna acritud, pero sin que la sangre llegase a la ría y sin que entorpeciese la buena merendola con tortilla al ron en el Bodego, ancestro de mal noveladas bodeguillas de políticos.

En  1931 “el 14 de abril llegó la República, tranquila y sutil”, como versificó don Ramón d`as Mentirolas.  Usted, querido Maestro, era republicano. Son mis primeros recuerdos: Aprendimos con entusiasmo que “España es una república de trabajadores de todas clases.” En el estrado de la Escuela, sin arrinconar una preciosa Inmaculada de Ribera, se colocó el retrato del presidente don Niceto Alcalá Zamora. En un gramófono con bocina rodaba  “la voz de su amo” y el himno de Riego a toda pastilla. También recuerdo el disco descriptivo de la sublevación de Jaca y el fusilamiento de Galán y García Hernández. “El camión patina” decía el narrador y un sonido onomatopéyico nos metía el resuello en el cuerpo a “os rapacíos” que nunca habíamos andado en coche, pero que ya teníamos miedo a irnos todos por el barranco abajo.

Si  ya sabíamos la lección o llovía mucho, a la hora del recreo, usted daba manivela al gramófono o nos enseñaba una buena serie de tarjetas postales, su estupenda colección  filatélica o algunos “souvenires”  de sus viajes. Usted era un maestro “viajao”,”esperantista”, asiduo a congresos y cursillos de renovación... Buenos  recursos para educarnos en un espíritu abierto, europeo dicen ahora los que piensan que la envejecida Europa es el ombligo del mundo. Guardo como oro en paño un libro que dice “regalo de don Arturo”.  Es recuerdo, no recuerdo que si de curso o de concurso. Está editado en 1929 para que sirva de “lectura a niños y maestros”. Se titula “Un Viaje a Italia”. Un grupo de maestros habían participado en él capitaneados por J. A. Onieva, inspector de enseñanza.

Cuando yo, circunstancias y años inesperados, conocí Venecia, Lausana, París, Lourdes, la Capilla Sixtina, El Foro Romano, mil otros lugares de Francia, Suiza, Italia e, incluso, la estación del Norte de Oviedo o Ujo, tan cercanas, me parecían  lugares  ya recorridos en la compañía de mi querido Maestro.

No hace mucho tiempo he estado en Arafo, Tenerife. Ha sido una visita casi de médico. No he tenido tiempo para preguntar por Dolores Flores. Hubiera sido una enorme satisfacción el conocer a una “condiscípula en la distancia”, con la que había mantenido, desde nuestras escuelas de Arafo y Castropol, correspondencia epistolar, intercambio de amistad noticias y productos de la tierra  ¡Qué dulce el dátil y como “empapuzaba” el gofio...!

Yo sé que Jesús es una localidad cercana a Tortosa, porque alguien me escribía: “de Jesús a Tortosa hay siete kilómetros, de Tortosa a Jesús, cada día, viaja mucha gente, de Jesús a Tortosa, un autobús sale cada...” Recuerdo una descripción que me producía tortícolis, mirando si la pelota, mi amigo, estaba en Tortosa o en Jesús.

Llegaban nuestras cartas a Polonia y Suiza. Con niños de aquellas naciones intercambiábamos sellos, caricaturas de deportistas: (Ricardo Zamora, Ciriaco y Quincoces...) o de políticos (Gil Robles, Lerroux, Besteiro...) Guillermo Tell o Miguel Servet eran para nosotros personajes, a la vez, míticos y cercanos.

También nos enseñaba  a respetar y  amar la Naturaleza, aunque los ecologistas y el Greenpeace aún no habían nacido. Los días de excursión eran una pequeña  descubierta al contorno: Ferradal, con su capilla, San Marcos,  Fontela a Regueira, Veloso, con “caleiros y fornos”, Río de Berbesa… Además de beber y comprender el paisaje, buscábamos fósiles, genciana, cardos o perejiles, libélulas, coleópteros como “vacalouras”, jilgueros, verderones, lagartijas... y cualquier otra fauna o flora que nos descubría la vida, aunque ya sabíamos, claro, que la leche no la producía el “xarro”, hoy tetra-brick

Usted, hombre rural no podía olvidar el humus. La Fiesta del Árbol era una efeméride anual. La parroquia de Castropol, villa de  curiales y “señoritos” y de servicios y chupatintas, no era eminentemente agrícola, aunque sí lo era todo el concejo y todo su entorno. Usted siempre tuvo esta preocupación, porque España era rural. Lamentaba, como Joaquín Costa, que en Escuelas de Magisterio el tema de Agricultura e Industrias derivadas apenas se tocaba y, encima, con mala metodología

Aún sin tener parcela adecuada de experiencias inmediatas, usted  pudo presentar estudios para obtener del Ministerio de Agricultura uno de los ocho diplomas nacionales para la educación agrícola.  La sintonía con el entorno social le llevó a participar, acompañado de sus alumnos, en concursos del ramo. Con tres de sus alumnos asistió al primer curso de Iniciación Agrícola y Ganadera en la Granja de Luces, Colunga.  

En el huerto escolar, muy escaso, cada cuadrilla teníamos una parcelita de cultivo de alguna hortaliza y planta ornamental. No faltaba algún arbusto de morera para alimentar con su hoja a los gusanos que estabulábamos en cajas de zapatos (pocas teníamos) en el alféizar de las ventanas hasta que los peludos insectos se nos escondían en capullos de seda para resucitar gráciles crisálidas y, así, volver a empezar.

Estaba, también, el pluviómetro. Dios mío, cuántas probetas hemos roto porque usted nos confiaba el medir el agua llovida, dato que se incorporaba al centro nacional meteorológico. No hace mucho he visto que Margarita, joven octogenaria, hija de don Arturo, seguía en  Taramundi la vieja tradición del Maestro de Castropol.

En la fachada de la escuela está el barómetro. Compartíamos su uso con “os mariñeiros” que desde el rincón de sus tertulias y disputas, “El Banco dos Mariñeiros”, vecino a la escuela, se levantaban  para husmear el tiempo, vendavalada o nordés y, en muchas ocasiones, para cambiar el ritmo o argumento de mentiras grandilocuentes. ¿Por qué no se recupera el Banco d`os Mariñeiros y el barómetro en su hornacina? Una idea, para el Club de Mar.

Toda la vida escolar iba bien entreverada en trabajos manuales, (bricolaje, dicen ahora) lectura clásica, geografía, historia... Creo que a usted le tiraban más las humanidades que las exactitudes. Yo he aprendido en la Escuela, a hacer dodecaedros de cartulina. Los hombres de Neandertal y Cromagnón ya nos servían para leves insultos de críos. También, me enamoraba yo de una moza tan fermosa que apenas creyera que fuere vaquera de la Finojosa o curiosaba a Marica que mientras yo iba a la escuela de “donarturo” ella iba a la “amiga” de doña Rosita  Las afluencias al Sil o al Segre y de estos al Miño y al Ebro nos parecían tan normales   como los riachuelos Suarón y Mojardín, Seares o Berbesa, al Eo. Y todos,  a la mar que es el morir.  Casiopea y Aldebarán eran tan cercanas como La Polar,  aunque ésta estaba siempre encima de la bocana de la barra para ayudarnos a no perder el Norte.

Como también de pan vive el hombre, usted organizó cocina y comedor escolar.  Llegaron unas mesas que no eran pupitres, manteles y servilletas de colores. . Yo nunca había comido “a mantel puesto”.  María, la sobrina de “mi tío”, se ponía el delantal y nos servía. No era menester animar demasiado. Yo, que, por no ponerme  correaje, nunca he sido huésped del “Auxilio Social” recuerdo aquel menú de la Escuela de la República,  tan sencillo como sabroso. Duró poco.

Llegó el 36. Usted, en una hábil maniobra de supervivencia, al comenzar un nuevo curso, se presentó en clase “camisa azul, bordada en rojo ayer”. ”En lo alto, las estrellas” y, como tantas veces, “España, a la intemperie”. “Donarturo” de correajes y uniformes ya conocía algo, después de tres años de servicio militar en los Lanceros de Farnesio, guarnición en Valladolid. También allí ejercía su vocación al frente de la Escuela Militar de Analfabetos.  

Hubo tristes días en la villa, no tan pacífica, por lo visto. Varios  de sus alumnos acabaron al paredón en un bochornoso amanecer. Estoy seguro que usted los lloró y por ellos rezó. De ello hemos hablado y lo hizo conmigo en aquella Misa del 29 de noviembre de 1959, cuando se reunió Castropol para acompañarle a recibir la Cruz de Alfonso X el Sabio. Don Arturo Lorido, de la Institución Libre de Enseñanza, era un cristiano. Mis últimos recuerdos son de mi Maestro en la parroquia, miembro de la Adoración Nocturna, tratando de usted -¡qué vergüenza me hacía pasar!- a Luisín, “el mimoso”, ahora cura de manteo,  y, hasta, confesor de su Maestro. ¡Qué me voy a contar yo a mi mismo, porque, al parecer,  los curas y los maestros también somos pecadores, don Arturo! ¡GRACIAS, QUERIDO MAESTRO!